Y allí estaba ella, a pocos metros de mí.
Respiré en la premisa del dolor.
Pude acercarme a decirle muchas cosas.
A decirle lo especial que siempre fue ver el mar a través de sus ojos o decirle cuán distinto es el calor que no viene de su piel.
Que todos mis principios siempre acaban olvidados por su imagen.
Pero no lo hice, no me acerqué. No le dije nada, no porque ella lo supiera. Sino porque ella había decidido no saberlo. (E.M.A)